Am 8, 4-7
1Tm 2, 1-8
Lc 16, 1-10
HOMILÍA
Hermanos: la liturgia dominical es el entorno en el que manifestamos la iniciativa de Dios. Los que creemos en Cristo Jesús confesamos que Dios es el autor de la vida, el que la alimenta y la conduce mediante su Espíritu, y quien nos brinda un Camino y una Palabra en su Hijo. Y la Liturgia es el ámbito en el que recordamos, celebramos y renovamos esa iniciativa de Dios y la confesamos salvadora.
Un día a la semana hacemos un alto en nuestras tareas y trabajos para ponernos a la escucha de Dios y al servicio desinteresado y generoso a nuestros hermanos, sobre todo los menos afortunados.
Pero estamos viendo que estas hermosas y humanas pretensiones se ven hoy día desmotivadas, se van enfriando y desfigurando, y nos vamos haciendo cada vez más esclavos de las necesidades que nosotros mismos nos hemos ido creando en aras de una sociedad de bienestar y bajo la batuta de la calidad de vida.
Sumidos en ese ambiente, nos da grima presentarnos a ese Dios que nos ama, porque en su amor se nos antoja exigente y en conflicto con nuestros intereses primarios. ¿Lo queremos confesar? Será la única manera de poder salir de nuestras esclavitudes a la luz del servicio mutuo, del perdón, del amor y de la libertad de los hijos de Dios.
Fijémonos en lo proclamado en la Liturgia de la Palabra de hoy: Dios es el único Señor a quien todo pertenece. Los bienes que disfrutamos no los podemos acaparar en detrimento de los más débiles. La acumulación por parte de unos trae la penuria de otros y el vicio y la podredumbre a quienes han acumulado.
En la Liturgia dominical podemos descubrir y confesar que el único Señor es Dios; que el dinero y las riquezas no deben esclavizarnos, y menos enfrentarnos y llegar a matarnos unos a otros...
Pero ¿verdad que en nuestros días no podemos prestar oído a estas palabras, ni siquiera cuando las oímos en la Liturgia?
Nosotros, acostumbrados a encender una vela a Dios y otra el Diablo no acabamos de posicionarnos de parte de Dios, pues sabemos que ello tendrá repercusión en nuestros bienes, en nuestros criterios de vida, en nuestro comportamiento...
Por eso necesitamos de la oración litúrgica de la que se habla en la segunda lectura que se ha proclamado. Lo primordial es la oración, que es confesar que la iniciativa pertenece a Dios; oración que se hace, en primer lugar, por las autoridades y por todos los hombres, pues Dios quiere la salvación de todos.
El Evangelio viene a sacarnos de nuestras situaciones de pecado, al alabar Jesús la astucia del administrador. Ello nos induce a no ser dejados y abandonados en nuestra relación con Dios; a no encender una vela a Dios y otra al Diablo; porque no podemos ser servidores al mismo tiempo de dos amos.
Pero todo lo que nos propone la Liturgia de hoy va tan a contracorriente, que nos exige mucha oración, escuchar una y otra vez esta palabra y sentirnos guiados, no a impulsos de las necesidades que os creamos, sino por el Espíritu de Dios que nos ama a todos y quiere que todos se salven.
¿Podemos en este proyecto de Dios aportar cada cual, libremente, nuestro grano de arena? Quienes asumen la palabra lo tienen claro: ¡merece la pena!