sábado, 21 de abril de 2007

III. DOMINGO DE PASCUA «C»

HOMILÍA

Hch 5, 27b-32.40b41
Ap 5, 11-14
Jn 21, 1-19

 

Hermanos: el Tiempo Pascual es la época del año que nos viene con la esperanza renacida, con una naturaleza que va despertando de su letargo invernal y con una luminosidad que va adueñándose de todos los rincones oscuros. ¡Todo un presagio! Es la época en que, si nos acercamos al misterio de la resurrección, podemos vernos revitalizados y reconfortados en nuestra fe. Y ¿verdad que lo necesitamos?

A veces nos da la impresión de que los postulados doctrinales han de ser inamovibles y nos aferramos a ellos (recordemos a los del Sanedrín, con el Sumo Sacerdote al frente); otras veces nos contentamos con hacer algún bien, o algún favor o una limosna, pero que no se toque nuestro modo de vida. Hoy Cáritas nos invita a solidarizarnos con los "sin techo", a compartir con ellos nuestros recursos económicos.

Pero ¿verdad que lo que echamos en falta es la comunidad, el sentirnos arropados y haciendo todos lo mismo, y tenemos la sensación de que cada cual va "a su bola"?

La segunda lectura nos ha alertado en el sentido de que el cántico celestial no es una competición de voces y de protagonismos, sino que todos a una cantan las glorias del Cordero Degollado: ésa es la liturgia celestial que, de alguna manera, queremos anticiparla nosotros en la nuestra.

Este tiempo pascual puede ayudarnos en su consecución. Pero tengamos en cuenta que Dios no va a obligarnos; respeta nuestra libertad. Dios nos convoca a disfrutar de los misterios que nos manifiesta en su Hijo y, para participar de ellos, nos concede su Espíritu. Pero, fijaos en el evangelio de hoy: ante la decisión de Pedro (cabeza del grupo) «me voy a pescar» el grupo responde sin dudarlo un momento: «vamos también nosotros contigo».

Esto es: es preciso el arrojo, la entrega, la decisión, para salir de una situación en la que podamos estar estancados, como los del Sanedrín, o los discípulos en el Cenáculo. Pero no basta: «bregaron toda la noche sin pescar nada».

El evangelio nos presenta a Jesús como aquél que hace productivo y provechoso el trabajo, que nos invita a una mesa (es la eucaristía) a la que hemos de aportar lo nuestro («traed de los peces que habéis pescado»), y cambia totalmente nuestra vida de temores y complejos (las tres negaciones) en una vida entregada: «apacienta mis corderos».

No es, pues, cuestión de encerrarnos en nuestras costumbres, ni en nuestros esquemas doctrinales, ni en nuestros complejos, miedos y titubeos, ni tampoco en prácticas religiosas improductivas. Necesitamos una experiencia personal («¡es el Señor!») y grupal de Jesús. La Eucaristía dominical nos da oportunidad para ello. Pero algo tenemos que poner de nuestra parte. Y ese algo no es, precisamente, la excusa de que por algo habremos venido a misa, o yo ya colaboro con Cáritas, sino que hay que ponerse a disposición del Espíritu, para que la novedad del hombre nuevo nacido de la Resurrección, se note en su vida diaria, en sus acciones solidarias y en su liturgia dominical. Es preciso que nos vayamos concienciando de que hemos de pasar de contentarnos con cumplir o colaborar, a asumir responsabilidades, comprometernos con el servicio a la comunidad y la realización de una liturgia atrayente y atractiva que se desarrolle en la transformación de esa sociedad que reclama la presencia de Dios para que brille en ella la entrega, la solidaridad, el perdón, la paz y el amor.

Ojalá, pues, que nuestros encuentros en la liturgia dominical nos proporcionen un encuentro con el Resucitado, y que los conviertan en imagen de la liturgia celestial. Ojalá sea el mismo Jesús resucitado el que encontramos preparándonos la mesa en la que se operará la transformación de nuestra vida, en la cual le negamos no tres veces sino trescientas veces a Jesús, y nos ponga a servir a nuestros hermanos.

Respondamos agradecidos a Dios. No nos arrepentiremos de ello.

 

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