sábado, 3 de marzo de 2007

Domingo II. de CUARESMA /C


HOMILÍA

Gn15, 5-12.17s
Fp 3, 17-4, 1
Lc 9, 28b-36

 

     Hermanos: ¿Preocupados por la situación que atravesamos? ¿Verdad que no es nada fácil vivir como creyente en el mundo de hoy? ¿Y lo fue en el tiempo que le tocó vivir y apostolar a Pablo? Mirad de lo que les advertía a sus discípulos de Filipos: «Muchos de los que están entre vosotros son enemigos de la cruz de Cristo. Su paradero es la perdición; su dios, el vientre. Se enorgullecen de lo que debería avergonzarles y sólo piensan en las cosas de la tierra». ¿No nos parecen palabras que retratan muy bien los tiempos que corren? ¿Verdad que casi, casi, nos retrata a nosotros mismos?

     El mundo globalizado que vivimos nos ha hecho frágiles a infinidad de acosos que sufrimos. Esta misma semana se tambaleaba la fe de muchos cuando los noticiarios lanzaban en antena las declaraciones de James Cammeron, a cuenta del descubrimiento de las tumbas de Jesús y de María Magdalena y la prueba científica de que Jesús no vivió célibe, sino que tuvo hijos de María Magdalena, y también hermanos de su madre María...

     ¡Cuántos no aprovecharán noticias como ésta para arremeter contra la Iglesia, los curas y el engaño y la farsa en los que han metido a la gente —dirán—, confiando más en los detractores de la fe que en sus defensores.

     Nunca ha sido fácil ser fiel a Dios. Siempre han sido pecadores los hombres. Pero siempre también han tendido a establecer relaciones, y no interesadas, sino de amistad, con Dios. ¡Qué bien nos lo ha descrito la primera lectura!

     Abrahán es un hombre de fe que ha sentido la llamada de Dios, y, por buscarlo, no ha querido someterse a la sujeción de su tierra, de las tradiciones de sus antepasados, y lo deja todo para encararse a ese Dios en la soledad y en tierra extraña como un extraño errante...

     Hoy nos ha descrito la Escritura el pacto que Dios establece con él. En su ancianidad y debilidad, Abrahán pide una señal a Dios, y éste sella su promesa con una Alianza. Pero la Alianza que Dios establece le implica sólo a él. Los animales descuartizados por entre los que pasan quienes formalizan un pacto (en este caso sólo pasa la presencia de Dios) muestran lo que recaerá sobre quien rompe el pacto: quedará descuartizado. Abrahán es presa de un grave y pesado sopor, por lo que no podrá sino contemplar, a duras penas, lo que Dios está dispuesto a hacer por él.

     Asumamos, hermanos, este cuadro. Es Dios quien lleva la iniciativa; es él el que se implica, el que se da por entero. No nos pide merecimientos y que no cometamos fallo alguno, sino que acojamos su promesa. Él la cumplirá a su debido tiempo y en los términos que, tal vez, nos resulten incomprensibles. Puede que se nos haga larga la espera. Pero forjemos la esperanza y la confianza, que darán su fruto.

     ¿Verdad que resulta duro esperar? ¡Y más duras serán las pruebas que deberemos afrontar! Pero Abrahán está dispuesto: se ha fiado plenamente de Dios, y éste se lo tendrá en cuenta.

     ¿Nos quejamos nosotros de que hoy no es nada fácil ser fiel a Dios? ¿Y cuándo lo fue? Jesús había enseñado a sus discípulos a orar, a dirigirse en términos de confianza a Dios... Pero su interés estaba en otro lugar. Jesús tiene que insistir. Les pregunta quién dice la gente que es él, y lo que ellos dicen. Y la respuesta es un tanto de marketing, como una respuesta obligada pero no asumida, de libro. Como es nuestra fe: que nos bautizaron, nos enseñaron a rezar y nos decían que tenemos que ir a la iglesia... pero apenas hemos tenido experiencia de Dios, como sí la tuvo Abrahán y sí la tuvo Pablo. Y aquellos hombres que conviven con Jesús, que deberían sentirle mucho más cerca, visible y experimentable... La opción por Dios, el vivir confiando en Dios no es nada fácil. Si resulta fácil (como les resulta a muchos pietistas) no estamos ante una fe verdadera; desconfiemos en ese caso.

Pues ese Jesús invita a sus más íntimos, a sus incondicionales, a hacer una experiencia de oración, de cercanía a Dios. Los lleva al Tabor y allí se transfigura, mientras los discípulos, por el peso del sueño, apenas pueden velar (como les sucederá en el Huerto de los Olivos), y balbucean algo ininteligible: ¡qué bien se está aquí! Hagamos tres chozas...

     Mientras el cuadro que contemplamos nos presenta a un Jesús avalado por la Ley (Moisés) y la Profecía (Elías); lo cual quiere decir que, en adelante, la única Ley capaz de salvar al hombre la encontraremos en Jesús; y la palabra definitiva de Dios será Jesús mismo...

     Pero nos resulta duro admitirlo, asumirlo... Preferiríamos continuar en la nube, no enfrentarnos a la cruda realidad cotidiana donde se nos presentan las verdaderas dificultades. Y en ellas —¡cuántas veces!— tenemos que vivir nuestra fe en silencio, a escondidas, con temor....

     Pero confiemos en Dios, como Abrahán; hagámonos, como Pablo, ejemplo a seguir para quienes nos rodean... Sí; somos pecadores, limitados, que fallamos y caemos; pero acogemos a ese Dios que, por su voluntad expresa, y no porque lo hemos ganado por nuestros méritos, nos quiere hacer testigos, personas que lo hagamos presente en el tiempo y lugar que nos toca vivir; porque él sabe que el hombre es más hombre, más humano, más hermano, con Dios que sin él. Confiemos, pues, en Dios, y hagamos que confíen en él quienes nos rodean.

 

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