sábado, 10 de marzo de 2007

Domingo 3º de Cuaresma /C


Ex 3, 1-8a.13-15
1Ko 10, 1-6.10-12
Lk 13, 1-9


HOMILÍA

Hermanos: ¿qué sentimos cuando se nos lanzan consignas como «¡Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera!»? Tal vez no nos sintamos entre aquellos a quienes dirige Jesús estas palabras. Pero se han pronunciado para ti, para mí; somos nosotros los que tenemos la oportunidad de, al escucharlas, asumirlas y hacerles caso.

Fijaos en Moisés: él se acercó a aquel hecho insólito, que no puede menos de atribuírselo a su Dios, como que le estaba llamando para no volver la espalda a sus hermanos que sufren la esclavitud de Egipto. Siente como que Dios ha hecho causa común con ellos y le reclaman que se ponga al frente de una experiencia de liberación. No valen excusas; no ha de tener en cuenta los desprecios de los que será objeto; sólo vale ponerse a las órdenes; la liberación será cosa de Dios, pero no se realizará sin el concurso del hombre.

Pablo nos invita a desconfiar de superficialidades. ¡Qué importa que estemos bautizados, o hayamos recibido los sacramentos..., pues nuestra dura cerviz nos pone a meced del Maligno. Nos lo ha dicho con palabras duras: «Todos nuestros antepasados estuvieron bajo la nube... Sin embargo, la mayor parte de ellos no agradó a Dios y fueron por ello aniquilados en el desierto

Tenemos la suerte y oportunidades de acercarnos a los misterios de Dios (como Moisés), de escucharle, de sentir cuántas excusas oponemos para permanecer a cubierto, cómodamente, al margen de toda una Humanidad que clama a Dios y pide, no venganza, sino justicia, solidaridad, clemencia. Y oímos que ese Dios sufre con el dolor de su pueblo y quiere hacerse presente como salvador y liberador a través de mí, de ti, como antaño a través de Moisés... ¿Cuál será nuestra respuesta?

Si todavía seguimos pensando que Dios premia a los buenos y castiga a los malos (aquellos que a mí me parecen buenos o malos, ¡por supuesto!), vamos aviados. Escuchemos las palabras de Jesús: «Creéis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás?» No pensemos que las desgracias naturales y las acciones de los desalmados como Pilatos son castigo de Dios. Dios no se manifiesta castigando, sino salvando.

Castigando obramos nosotros. Fijaos en el ejemplo que Jesús nos pone en la parábola de la higuera estéril. Nosotros diríamos como el amo del terreno al labrador: «¡Tálala! ¿Para qué ha de ocupar terreno en balde?» A nosotros nos puede parecer inútil la oración, nuestra relación con Dios, porque no nos protege de las desgracias, y hemos podido abandonar la práctica religiosa. Y al mismo tiempo podemos estar denunciando injusticias y catástrofes y clamando ¿cómo puede Dios permitir tales cosas?, como tomándole cuentas...

Pero, frente a nuestra intransigencia, Jesús nos habla de la paciencia de Dios, que espera que su higuera (tú, yo...) dé el fruto que de ella espera: Jesús es el labrador que cavará en su entorno, la abonará, la cuidará... Jesús hace esto por nosotros, y mucho más.

No nos empeñemos tanto en vernos salvados de la quema porque vamos bajo la nube y bebemos de la misma roca espiritual, que es Cristo. Preguntémonos, más bien, cómo podemos agradar a ese Dios que se rebela ante las injusticias que sufre su pueblo y quiere bajar a rescatarlo. Y lo hará si nos acercamos a él, si nos entregamos a él, si no nos escudamos en un sinfín de excusas, y superamos nuestras falsas imágenes de Dios, las murmuraciones y críticas que nos puedan llover.

¿Verdad que sí necesitamos, no tanto prácticas religiosas, cuanto conversión, para agradar a Dios? ¡Ojalá las prácticas religiosas, que constituyen una fuente de oportunidades inagotable, nos ayuden a convertirnos! Esto es: que con ellas no pretendamos ponerle Dios a nuestro servicio, sino ponernos nosotros a su servicio, al servicio de los hermanos que sufren... ¡cuántas veces! porque otros hermanos los explotamos o herimos, o porque nos despreocupamos de ellos, atenazados por la propia comodidad, tal vez.

Hace falta, pues, al estilo de Moisés, acercarse al misterio, a dialogar con Dios. Hace falta sentir el sufrimiento del semejante. Hace falta convertir en Buena Noticia el evangelio aprovechando las oportunidades que se nos brindan. Jesús no ahorra esfuerzos en cavar en torno a nosotros, en abonarnos con su palabra, con su pan, con su amor... Somos nosotros los que tenemos que salir de nuestros criterios mezquinos de religiosidades trasnochadas y de cumplimentismos anquilosantes. Somos nosotros los que tenemos que escuchar esa consigna, esa llamada a la conversión. No pensemos que son otros los que deberían oírla, sino pidamos la gracia de responderle con generosidad, convirtiéndonos así en brazos de ese Dios liberador, salvador, cercano al hombre, que sufre con su llanto.

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