sábado, 9 de junio de 2007

«CORPUS CHRISTI»: Sacratísimos Cuerpo y Sangre de Cristo

 

HOMILÍA

Hermanos: nos disponemos a celebrar este hermoso día del Corpus, en el cual nos acercamos al misterio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Y es justo preguntarnos: ¿Cómo lo hacemos? Es cuestión de proyectar una mirada retrospectiva: ¿qué fue de aquellas manifestaciones de religiosidad de antaño, cuando nuestras calles se llenaban de flores y cánticos y nuestros balcones se engalanaban para homenajear a la sagrada Eucaristía? Y no es cuestión de culpar a los curas o a la Iglesia, sino de sincerarnos ante Dios: lo más visible, lo que salta a la vista, y, sobre todo, al oído, es la vulgaridad y la blasfemia en que hemos caído. El santo nombre de la Eucaristía es pateado por doquier. La blasfemia contra Dios está en la boca hasta de niños y niñas... Sería tremendo si sólo hubiera esto.

Parece que las tradiciones que hemos recibido de nuestros padres, las devociones, las prácticas religiosas y el respeto nos humillan y esclavizan, y que hay que liberarse de todo ello, porque en nuestros días no tienen sentido alguno: no necesitamos tutelas divinas, el hombre es autónomo y libre... y pateamos y despreciamos el tesoro de tradición recibido de nuestros mayores.

Preguntémonos si esa actitud nos hace más libres, más humanos y hermanos y más respetuosos los unos para con los otros. Y salta a la vista que no. ¿Por qué nos empeñamos, entonces, en despreciar el tesoro recibido de nuestros padres? Tal vez porque no sabemos cómo usarlo: nos lo han transmitido sin "libro de instrucciones" —diríamos; porque no lo hemos acabado de asumir como propio; porque, como cultural y/o ambiental, aparece como marginado y marginal cuando se ha marginado la cultura que nos lo ha brindado. Y nos hemos quedado desnudos desde el punto de vista religioso.

Otros, por el contrario, no. Esos otros se aferran a la devoción a la Eucaristía. Y no creo que sea mejor esto que lo anterior. Porque esta actuación no nos lleva a la unión de hermanos, sino al "¡sálvese quien pueda!" Y no es lo que querría ese Jesús que se hace pan, alimento, de sus discípulos que se sientan a la misma mesa y reciben la encomienda de perpetuar el signo: darse a comer, que es lo que nos enseña la Liturgia de hoy y lo expresamos a través de la acción de Cáritas.

Hermanos: Dios nos quiere a sus hijos e hijas en torno a la misma mesa: asumiendo la responsabilidad unos de otros, sobre todo de los más necesitados, y que sepamos vivir disfrutando de compartir los bienes que poseemos.

Para ello, hermanos, deberíamos esforzarnos no tanto en pedirle a Dios en la Eucaristía fuerzas para hacerlo, cuanto en escucharle y responderle en la actuación diaria.

Las lecturas de la Liturgia de hoy nos brindan una buena oportunidad: la ofrenda del pan y vino no es algo inventado por Jesús; él, anterior a todos los tiempos, lo acepta de la tradición. Es algo que nos ha brindado también el apóstol al decirnos que Jesús, la víspera de la pasión, estando a la mesa con sus discípulos...

Pero, ¿qué pasa? Lo vemos en el evangelio, cuando Jesús les dice a sus discípulos: «dadles vosotros de comer». Los discípulos no saben qué hacer; quieren desprenderse del marrón que les ha caído encima, y le presentan a Jesús su imposibilidad. Y gracias que se ponen a las órdenes de Jesús. Es lo que deberíamos aprender nosotros: ponernos a las órdenes de Jesús. Porque entonces, aunque nos parezca escaso lo que tenemos, y tratar de conservar cada cual lo suyo, confiando en él tendríamos la seguridad de que llaga para todos, y nos esforzaríamos en compartirlo.

Es lo que nos enseña la Eucaristía, lo que Cáritas se esfuerza en hacer realidad; es lo que pretendemos los que nos sentamos a la mesa de Jesús, la de la Eucaristía. Tengámoslo en cuenta por encima de las devociones y privatizaciones, y, sobre todo, por encima de patear las tradiciones recibidas de nuestros mayores; porque una mesa compartida nos hace hermanos, respetuosos, solidarios y libres.

 

No hay comentarios: