HOMILÍA
Hermanos: la Liturgia nos coloca una junto a la otra las figuras de Juan el Bautista, el precursor del Mesías, y la de Jesús de Nazaret. Las familias de ambos tienen además una semejanza destacable. Pero también se dejan entrever diferencias que a continuación subrayamos.
En la concepción y nacimiento del Bautista, el protagonismo lo ocupa su padre, Zacarías; en la concepción y nacimiento de Jesús es su madre, María, la que acapara el protagonismo. El padre de Juan, Zacarías, aunque es sacerdote dedicado al culto de Dios, vive una fe cargada de dudas ante él. Por el contrario, María vive una situación de entrega incondicional y gratificante a Dios, que le valdrá la alabanza de su pariente Isabel: bendita tú que has creído.
Vamos a tener todo esto en cuenta a la hora de hacer la reflexión-oración de hoy. Acerquémonos a la figura de Zacarías: es sacerdote y le corresponde realizar la ofrenda; pero el ejercicio de su ministerio no está exento de dudas. ¿No os parece que bien puede ser la imagen de lo que somos nosotros? ¿No es verdad que también nosotros, aunque nos consideramos creyentes y practicantes, vivimos nuestra fe en un mar de dudas y hasta, en más de una ocasión, de vergüenzas por lo mismo? El silencio, el mutismo, de Zacarías constituye un signo. Pero el nuestro ¿a qué se debe? Nosotros no sabemos transmitir en nuestro entorno una experiencia de Dios; y no lo hacemos. En nuestras familias hace ya tiempo que se nota la ausencia de esta transmisión: nuestros hijos no pueden conocer a Dios, tener experiencia de él gracias a sus padres/madres. Es como si a Dios lo tuviéramos secuestrado en el silencio de nuestro mutismo.
Sin embargo, a pesar de todo, hermanos, el Hijo de Zacarías y de Isabel, Juan el Bautista asumió la tarea de preparar los caminos del Señor. Al nacer él se soltó la traba de la lengua de su padre, Zacarías, que empezó a alabar y bendecir a Dios (¿nos dice algo esto?).
Dando un paso más, fijémonos en la actuación del Bautista: preparaba el camino al Señor con voz ruda, discurso apocalíptico y amenazas, proclamando un Bautismo de conversión. No será ésa la actuación del Mesías: invitará a la conversión, pero desde la imagen de un Dios Padre, que nos ama, y, en su misericordia, nos perdona y nos ofrece la salvación de modo gratuito: la dulzura es lo que preside este anuncio, podríamos decir. ¿Será que el maestro que tuvo Juan era su padre, con dudas de fe, y la maestra de Jesús fue su madre, con una vida enteramente entregada a él?
Tal vez se podría decir esto otro: que es preciso arar en profundidad una tierra apelmazada, y abonarla con largueza, si queremos que dé fruto la semilla que sembramos en ella. Esa acción puede molestar y hasta doler, exigir un tiempo y paciencia, tal vez. Ésa era la labor del Bautista. ¿Fructificaría en ella la tarea del Mesías? A ver si la asumimos en este día en que celebramos su nacimiento.
Aceptemos la labor de arado que debe ejercer en nuestra vida la Palabra de Dios. Acudamos a su lectura y a la oración para tratar de preparar esa tierra que quiere dar frutos de fe. Promovamos la Catequesis y la celebración de los sacramentos para abonar la tierra....
No lo pongamos en duda ni por un instante: semejante experiencia de Dios soltará la traba de nuestra lengua, alabaremos a Dios y nos convertiremos en Profetas de nuestro tiempo. No nos faltarán defectos; pero como Maria, estaremos entregados a Dios como humildes servidores.
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