sábado, 26 de mayo de 2007

PENTECOSTÉS /C

(en ambiente electoral)

 
Homilía

Hermanos: la fiesta de Pentecostés constituye el gozo de recibir el gran regalo de Jesucristo glorificado: su Espíritu. No queremos decir que Dios nos envía "a secas" su Espíritu Santo, sino que, como respuesta al regalo de Dios, nosotros le hacemos una fervorosa acogida, porque al Espíritu lo necesitamos para nuestra vida diaria, para nuestro trabajo, para nuestro descanso, y para nuestros momentos difíciles, o de agobio, o de depresión...

Somos conscientes, hermanos, de que cuando descuidamos nuestras relaciones con Dios caemos presa de nuestras debilidades. Es que no podemos manifestarnos como hijos/as de Dios si no es a impulsos de su Espíritu. Sin él, el mundo nos atenaza entre sus garras y nos sume en sus dobleces y perversiones hasta llegar incluso a eliminarnos unos a otros.

Sin embargo, alineándonos a impulsos del Espíritu nos convertimos en constructores del reino.

Ser constructores del reino no significa estar todo el día metidos en el templo. Dios Hijo rasgó el cielo, y salió para vivir entre nosotros, y emprendió un camino que dejó en nuestras manos. Seguirlo significa ser constructores del reino; y es imposible serlo si no es a impulsos de ese Espíritu que el Resucitado nos regala.

En estos momentos, según la trayectoria iniciada por Jesús, tiene una concreción muy específica entre nosotros: cumplir con la obligación que tenemos como ciudadanos de participar en la construcción de nuestro pueblo, mediante la participación política.

Es, pues, nuestra conciencia cristiana la que nos impulsa a participar en la tarea política. Esa conciencia nos hará tomar en serio al que no piensa como uno mimo, y nos exigirá respetarlo por encima de todo, manifestándole nuestra opinión, que se canalizará a través del voto. Sabremos respetar el voto ajeno y aceptar el deseo de la mayoría.

A lo largo de la Pascua lo hemos visto y celebrado, y hoy mismo lo hemos escuchado en el evangelio: Dios quiere a sus hijos en una Sociedad en paz, y nos ha mostrado en su Hijo el camino para lograrlo: el Perdón.

Nos damos cuenta de las dificultades que tenemos en el respeto mutuo, la acogida, el perdón y el amor. Sabemos que nos cuesta, y mucho. Por eso es que Dios nos quiere regalar a su Espíritu vivificador, el Fuego que estimula y anima. Sepamos acogerlo; no lo desperdiciemos pensando que nos bastan las solas fuerzas propias.

Pidámosle con fervor a Dios, Padre / Madre que nos ama, que nos alineemos a impulsos del Espíritu para caminar por la senda abierta por Jesús en pro de una Sociedad reconciliada que sepa respetar, perdonar, y amar.

 

sábado, 19 de mayo de 2007

DOMINGO VII DEL TIEMPO PASCUAL /C

«La Ascensión del Señor a los cielos»

 

Hch 1, 1-11
Sal 46
Ef 1, 17-23
Lc 24, 46-53

 

HOMILÍA

Hermanos: al celebrar este día de la Ascensión del Señor Jesús a los cielos podemos manifestar la desolación de unos hijos que quedan huérfanos, o la ilusión de aquellos otros hijos que asumen el proyecto que sus padres les encomendaron y se aprestan a desarrollarlo.

Antes que nada, hermanos, asumamos la confianza depositada por Jesús en nosotros: él nos quiere testigos suyos en nuestro entorno. Para que podamos serlo, nos ha prometido que «os enviaré lo que mi Padre ha prometido: vosotros quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto». Es el Espíritu Santo del que nos ha hablado Pablo en la segunda lectura: «El Padre de la gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo». Ese Espíritu, promesa de Jesús, regalo suyo, no nos abandonará, sino que siempre trabajará junto a nosotros en la tarea de la construcción del Reino que Dios ha iniciado en su Hijo.

Es, pues, imprescindible, hermanos, que nos acerquemos a Jesús, que en torno a él construyamos la comunidad, la Iglesia, que da testimonio del resucitado, si queremos conocer a Dios y llevar a cabo la obra que espera de nosotros. De lo contrario (que es como parece ser en la mayoría de los casos) concebiremos a un Dios que hace lo que me apetece y, si no, lo abandono. Pero ése es un dios-juguete que manipulo a mi antojo, y del que blasfemo a cada paso. ¿No es eso lo que vemos más comúnmente? ¡Qué pocas veces entramos en la alabanza a la que nos ha invitado el salmo!

Tal vez radique aquí nuestra gran dificultad: en que no consideramos nuestra fe como respuesta a la llamada de Jesús a formar en su entorno la Iglesia que sea su testigo en este mundo; sino como medio para conseguir de Dios algunos favores o una ayuda puntual en la dificultad.

¿Qué ha sido, o es, o puede ser Dios para nuestra vida, la diaria, la de cada día, y no para un momento puntual de dificultad? Para entenderlo hemos de acudir a la primera lectura, donde se nos ha presentado el contraste entre lo que Jesús quiere de sus discípulos y lo que éstos sueñan: «¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? - No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad». No debería preocuparnos la fama o el poder, ni la calidad de vida de la que tanto se habla ahora, ni la independencia personal o la autosuficiencia... Jesús quiere que tengamos otras preocupaciones: «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo»: es esto lo que Jesús quiere y espera de nosotros. Y esto, y no otra cosa, lo que significaría ser creyente en Jesús.

Asumámoslo, pues: para responder a las expectativas que Jesús tiene puestas en nosotros necesitamos formación, Catequesis de Adultos; necesitamos acercarnos a la Palabra, vivir nuestra fe como auténtica vocación y con proyección eclesial.

¿No supone esto un cambio en nuestra manera de concebir la fe? Pues habrá que ir dando pasos en esa dirección a impulsos del Espíritu. Uno de ellos podría ser el apuntarse para la oración del sábado que viene a las 8 de la tarde, la Vigilia de Pentecostés, a la que os invito a quienes deseéis ir dando pasos en este sentido.

Que el Espíritu, regalo de Cristo glorificado, nos lleve a gustar de la sabiduría de Dios y a ir formándonos y haciéndonos participar en la vida de la comunidad para ser sus testigos en toda nuestra existencia.


viernes, 11 de mayo de 2007

VI. DOMINGO DE PASCUA


«Pascua del enfermo»

HOMILÍA

Hch 15,1-2. 22-29
Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8
Ap 21,10-14. 22-23
Jn 14,23-29

 
Hermanos: decir que los enfermos constituyen el tesoro de la Iglesia no pretende decir que la Iglesia nos quiere a todos enfermos, o impedidos, marginados o pobres, sino que son ellos el lugar en el que se manifiesta el grito desgarrador de Dios y donde lo podemos socorrer e invocar.

Que Dos no desea nuestro mal, nuestra enfermedad, lo vemos claramente en la vida de su Hijo Jesús, que libera de la esclavitud de la enfermedad a cojos, lisiados, ciegos, leprosos... El sufrimiento, la enfermedad, nos manifiesta la precariedad del hombre, una precariedad que atrae al corazón solidario y compasivo, misericordioso, o, por el contrario, se impone como poder del Maligno.

En esta Pascua del Enfermo, por tanto, escuchemos la llamada de Dios y de la Iglesia a compartir su dolor, su postración, asumiendo su situación.

Hoy es el día en que tememos más al dolor que a la muerte. ¿Verdad que cada vez nos dice menos el hecho de que en la muerte Dios nos espera para hacernos disfrutar de él por toda la eternidad? Tal vez por eso no nos dice nada la visión apocalíptica de la segunda lectura: la ciudad segura, abierta a los cuatro vientos, fundamentada sobre los nombres de los apóstoles, y donde ya no se le invoca a Dios en el templo, sino que se disfruta de su plena presencia y luminosidad.

Pero atrevámonos a concederle a Dios la iniciativa. A Dios no le hace falta premiar nuestros méritos. Nos ofrece su gloria en bandeja. ¿La vamos a despreciar y rechazar porque preferimos los gozos temporales? ¿Los vamos a tratar de comprar con prescripciones, imposiciones y ritos, como lo hemos visto en la primera lectura?

El Jesús del evangelio apela a nuestro amor. Nos pide que lo amemos como él nos ha amado: esto es, combatiendo el mal, poniéndonos al servicio unos de otros, entregando la vida. Lo haremos, seremos capaces de hacerlo, si lo amamos.

Y hay una forma de hacerlo: buscándolo en el evangelio, en el necesitado y en la propia entrega. No precisa de falsos preceptos, o ritos vacíos de contenido, o privaciones que nada tienen que ver con la asunción de la propia precariedad...

Tomemos el ejemplo de los apóstoles. No es cuestión de que cada cual haga lo que le parezca, ni tampoco de imponer cargas culturales, sino de que vivamos la unidad y la libertad de los hijos de Dios, que se reúnen en torno a la oración, al servicio de los más débiles.

¿Hemos pensado que podemos ser servidores de nuestros impedidos, enfermos y ancianos, dándoles la oportunidad de rezar, acercándoles los sacramentos, y acompañándoles en momentos de soledad? Sabed que la Pastoral de la Salud es la más gratificante en estos momentos. Que hay gente que podría pasar un rato acompañando a un/a enfermo/a...

Tengámoslos en cuenta en nuestra Eucaristía, como también a nuestro santo padre el Papa Benedicto, en tierras de Brasil: para que en su viaje a Aparecida manifieste que son los pobres y los enfermos el tesoro de la Iglesia, el motivo de nuestra reunión en torno a la mesa de la Eucaristía.

 

 

LECTURAS

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 15,1-2. 22-29 

En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia.

Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta:

«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo.

Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.»

 

 

Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8

R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
 

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
 

Que canten de alegría las naciones,
porque riges la tierra con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
 

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe. 

 

Lectura del libro del Apocalipsis 21,10-14. 22-23 

El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios.

Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido.

Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel.

A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas.

La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero.

La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 23-29 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado». Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.


sábado, 5 de mayo de 2007

V. DOMINGO DE PASCUA /C: «Clero indígena»


Hch 14,21b-27
Sal 144
Ap
21,1-5a
Jn 13,31-33a. 34-35

 

HOMILÍA

Hermanos: a lo largo del tiempo de pascua vamos recorriendo los grandes episodios de nuestra fe. Se funda ésta en la Resurrección: una acción de Dios que constituye una llamada para nosotros (vocación), y decidimos escucharla y responderle con nuestra vida. Asumimos la vida que Dios nos presenta en su Hijo, y vamos sus seguidores formando el nuevo pueblo que lo hará presente entre los hombres.

Hemos seguido con atención las dudas y desánimos que sufrieron los primeros discípulos; hemos sentido la fuerza de cohesión que suponía en ellos el recuerdo del Resucitado; hemos admirado la valentía del testimonio de los discípulos y la alegría con que soportaban la persecución, las palizas y los ultrajes que les inferían los judíos. Así va formándose la primera iglesia: muy "a lo humano".

Y, cuando digo "muy a lo humano", quiero decir con todo lo que implica: aciertos y desaciertos, errores y horrores, arrojo y valentía, servicio y entrega, pero también flaquezas, intereses, deserciones, retrocesos, etc. Pero no por ello los barre Dios con la escoba de su ira. Él sabe esperar: es paciente; confía en el hombre, su hijo.

¡Qué bien haríamos en conocer esta Iglesia, que es la nuestra! Si supiéramos sentirla nuestra, tratando de conocerla cada día más y mejor, la amaríamos cada vez más; y cada vez más nos entregaríamos a su servicio. Pues lo que confesamos a través de las Escrituras (lo hemos proclamado en la segunda lectura) es que Dios lo hace todo nuevo. La novedad radica en que ya no va cada cual a lo suyo, sino que cada cual es capaz de entregar lo que considera suyo para provecho de la comunidad. Así se entendían las palabras del Maestro en esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis... como yo os he amado.

Hermanos: tras muchos años de cristianismo, damos la impresión de que estamos cansados, de que nos hemos retirado de la acción del servicio, de la entrega y de la colaboración, y nos hemos convertido en consumidores de productos religiosos y censores de los errores de la Iglesia. Y necesitamos un revolcón.

Unámonos a esta Iglesia que celebra la jornada del clero nativo, que es como decir que cada cultura y cada pueblo necesita de hombres y mujeres vocacionados que sirvan como animadores, estímulo y acicate para poder acercarse a Jesús, conocerlo y amarlo, y, por la fuerza de su Espíritu, amarse como él nos amó.

Hemos visto los incansables trabajos que asumen Pablo y Bernabé recorriendo las diversas comunidades que van creando y van surgiendo. Van nombrando en ellas responsables a los que exhortan a permanecer firmes en las dificultades. Porque no es nada fácil vivir en coherencia con lo que predicamos; por eso los encomiendan al Señor, y son asiduos a la oración y al ayuno.

¿No necesitamos también nosotros esa vitalidad que muestran las nuevas iglesias? Ellas tendrán otros problemas, tal vez los de tener que acomodar a su mentalidad la que envuelve a nuestra iglesia, occidentalizada y enriquecida, alejada de los pobres, los humildes y los nadie en muchos lugares. Que las nuevas iglesias no caigan por esas pendientes.

Pero que, al orar por ellas, tengamos en cuenta que nosotros tenemos que salir del pozo en el que estamos metidos: la desgana, la comodidad, el ritualismo, la dejadez, la falta de participación... Despertemos para hacer realidad el mandato de Jesús de amarnos como él nos ha amado, empezando por poner en juego, al servicio de la comunidad, nuestras capacidades. Revitalicemos la vida parroquial: veamos que el Espíritu nos está impulsando a hacer nuevos los tiempos que vivimos. Agradezcamos a Dios el don de la fe, y pidamos vocaciones autóctonas y profetas que sean acogidos en su propio pueblo.

 

V. DOMINGO DE PASCUA: «Clero nativo»


Hch 14,21b-27
Sal 144
Ap
21,1-5a
Jn 13,31-33a. 34-35

HOMILÍA

Hermanos: hace ya algún tiempo que la Iglesia dedica un domingo de Pascua a los enfermos; concretamente el sexto (esto es: el próximo domingo), celebrando la «Pascua del Enfermo». Esta dedicación nos pone en contacto con la siguiente realidad: para la Iglesia, el enfermo, el retirado, el disminuido... es una persona que merece especial atención, como manifestación del Cristo sufriente. Desde siempre ha practicado la comunidad eclesial una atención preferente con sus enfermos, y ha instituido el Viático, la santa Unción de Enfermos y otras varias atenciones y exención de obligaciones. Hoy es el día que la pastoral de atención al enfermo constituye la fuente de —podría decirse— las únicas alegrías que proporciona la pastoral.

¿Os habéis fijado en la primera lectura? ¿Qué dificultades encuentra la proclamación de la Palabra de Dios entre los propios creyentes! Los discípulos se encuentran con el rechazo visceral y violento de los judíos, y con gran valentía proclaman su dedicación a los gentiles. ¡Qué alegría la que los gentiles manifiestan, al contrario que los judíos! Debería hacernos pensar. ¿No estaremos nosotros demasiado seguros de nosotros mismos, tanto nosotros en nuestras prácticas religiosas, como en su rechazo los que las han abandonado? Tengamos en cuenta, desde esta realidad, al Clero Nativo.

En la segunda lectura hemos proclamado el deseo de Dios, la novedad, el deseo de hacerlo todo nuevo; lo cual implica su cercanía para con su pueblo, sus hijos... Pero hemos de confesar que la cercanía de Dios nos da miedo, nos impone. Preferimos que él esté en su sitio. ¡Como si su sitio se lo tuviéramos que asignar nosotros a Dios! Los pueblos que llamamos atrasados nos enseñan a sentirle cerca de Dios.

Bien que hemos podido ver que el sitio de Dios somos nosotros, sus hijos, sobre todo los más débiles, los desvalidos: enfermos, pecadores, prostitutas, marginados, niños, viudas, sin recursos, etc. Contra ese deseo de Dios, nosotros hemos ensalzado una sociedad de jóvenes, de sanos, de pudientes y poderosos, que oculta sus debilidades y miserias, y margina lo débil, retira de la circulación al enfermo o no-válido, e, incapaz de reconocer sus debilidades, hace ostentación de sus poderes y margina a Dios. No lo necesita. Ya se vale por sí mismo. Lo rechaza incluso blasfemando. Escandalizamos al mundo.

En medio de esta realidad que nos envuelve, a nosotros, los que venimos a escuchar la Palabra de Dios, a compartir una misma mesa y a hacer un mundo nuevo, se nos proclama que «en esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis unos a otros como yo os he amado». No se nos reconocerá en que somos practicantes, o rezadores o si invocamos públicamente a Dios, sino en que nos amamos. Y no de la manera como nos parezca, sino como él nos ha amado.

Tal vez porque Jesús es muy exigente nosotros nos escudamos en nuestras prácticas religiosas, pensando que a través de ellas ponemos a Dios a nuestro servicio. Cuando la verdad es que Dios desea entre nosotros la novedad que supone ese amor suyo compartido: un mundo nuevo en el que no se oculta la debilidad, sino que se comparte y se sufre en el amor, en la dedicación al enfermo, al anciano, al débil, al disminuido... Algo natural en países pobres.

¿Cómo podemos privar a nuestros mayores y a nuestros enfermos, de la alegría de los sacramentos? ¿No está esto acusándonos de que hemos marginado a Dios y por eso no sabemos hablar de él, con él, ni compartir con los más necesitados su alegría? Que el cura tiene demasiado trabajo no es excusa, porque la parroquia debería montar un grupo de «pastoral de la salud».

Hermanos: que la Pascua del Enfermo nos haga descubrir el gozo y la alegría que supone dar entrada a Dios en la propia vida. Dios nos saca de nuestras debilidades y miserias; nos hace compartir su gozo y alegría, y hace brotar en nuestro entorno la novedad de sentirnos hermanos queridos.

Acerquémonos a María en este mes de mayo dedicado a ella. Apren­damos de María a estar a la escucha, al servicio, siempre atentos, para responder de la única manera que se puede responder a Dios: con un "SÍ" pronunciado a pleno pulmón.