viernes, 11 de mayo de 2007

VI. DOMINGO DE PASCUA


«Pascua del enfermo»

HOMILÍA

Hch 15,1-2. 22-29
Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8
Ap 21,10-14. 22-23
Jn 14,23-29

 
Hermanos: decir que los enfermos constituyen el tesoro de la Iglesia no pretende decir que la Iglesia nos quiere a todos enfermos, o impedidos, marginados o pobres, sino que son ellos el lugar en el que se manifiesta el grito desgarrador de Dios y donde lo podemos socorrer e invocar.

Que Dos no desea nuestro mal, nuestra enfermedad, lo vemos claramente en la vida de su Hijo Jesús, que libera de la esclavitud de la enfermedad a cojos, lisiados, ciegos, leprosos... El sufrimiento, la enfermedad, nos manifiesta la precariedad del hombre, una precariedad que atrae al corazón solidario y compasivo, misericordioso, o, por el contrario, se impone como poder del Maligno.

En esta Pascua del Enfermo, por tanto, escuchemos la llamada de Dios y de la Iglesia a compartir su dolor, su postración, asumiendo su situación.

Hoy es el día en que tememos más al dolor que a la muerte. ¿Verdad que cada vez nos dice menos el hecho de que en la muerte Dios nos espera para hacernos disfrutar de él por toda la eternidad? Tal vez por eso no nos dice nada la visión apocalíptica de la segunda lectura: la ciudad segura, abierta a los cuatro vientos, fundamentada sobre los nombres de los apóstoles, y donde ya no se le invoca a Dios en el templo, sino que se disfruta de su plena presencia y luminosidad.

Pero atrevámonos a concederle a Dios la iniciativa. A Dios no le hace falta premiar nuestros méritos. Nos ofrece su gloria en bandeja. ¿La vamos a despreciar y rechazar porque preferimos los gozos temporales? ¿Los vamos a tratar de comprar con prescripciones, imposiciones y ritos, como lo hemos visto en la primera lectura?

El Jesús del evangelio apela a nuestro amor. Nos pide que lo amemos como él nos ha amado: esto es, combatiendo el mal, poniéndonos al servicio unos de otros, entregando la vida. Lo haremos, seremos capaces de hacerlo, si lo amamos.

Y hay una forma de hacerlo: buscándolo en el evangelio, en el necesitado y en la propia entrega. No precisa de falsos preceptos, o ritos vacíos de contenido, o privaciones que nada tienen que ver con la asunción de la propia precariedad...

Tomemos el ejemplo de los apóstoles. No es cuestión de que cada cual haga lo que le parezca, ni tampoco de imponer cargas culturales, sino de que vivamos la unidad y la libertad de los hijos de Dios, que se reúnen en torno a la oración, al servicio de los más débiles.

¿Hemos pensado que podemos ser servidores de nuestros impedidos, enfermos y ancianos, dándoles la oportunidad de rezar, acercándoles los sacramentos, y acompañándoles en momentos de soledad? Sabed que la Pastoral de la Salud es la más gratificante en estos momentos. Que hay gente que podría pasar un rato acompañando a un/a enfermo/a...

Tengámoslos en cuenta en nuestra Eucaristía, como también a nuestro santo padre el Papa Benedicto, en tierras de Brasil: para que en su viaje a Aparecida manifieste que son los pobres y los enfermos el tesoro de la Iglesia, el motivo de nuestra reunión en torno a la mesa de la Eucaristía.

 

 

LECTURAS

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 15,1-2. 22-29 

En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia.

Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta:

«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo.

Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.»

 

 

Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8

R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
 

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
 

Que canten de alegría las naciones,
porque riges la tierra con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
 

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe. 

 

Lectura del libro del Apocalipsis 21,10-14. 22-23 

El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios.

Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido.

Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel.

A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas.

La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero.

La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 23-29 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado». Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.


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