Hch 14,21b-27
Sal 144
Ap 21,1-5a
Jn 13,31-33a. 34-35
HOMILÍA
Hermanos: a lo largo del tiempo de pascua vamos recorriendo los grandes episodios de nuestra fe. Se funda ésta en la Resurrección: una acción de Dios que constituye una llamada para nosotros (vocación), y decidimos escucharla y responderle con nuestra vida. Asumimos la vida que Dios nos presenta en su Hijo, y vamos sus seguidores formando el nuevo pueblo que lo hará presente entre los hombres.
Hemos seguido con atención las dudas y desánimos que sufrieron los primeros discípulos; hemos sentido la fuerza de cohesión que suponía en ellos el recuerdo del Resucitado; hemos admirado la valentía del testimonio de los discípulos y la alegría con que soportaban la persecución, las palizas y los ultrajes que les inferían los judíos. Así va formándose la primera iglesia: muy "a lo humano".
Y, cuando digo "muy a lo humano", quiero decir con todo lo que implica: aciertos y desaciertos, errores y horrores, arrojo y valentía, servicio y entrega, pero también flaquezas, intereses, deserciones, retrocesos, etc. Pero no por ello los barre Dios con la escoba de su ira. Él sabe esperar: es paciente; confía en el hombre, su hijo.
¡Qué bien haríamos en conocer esta Iglesia, que es la nuestra! Si supiéramos sentirla nuestra, tratando de conocerla cada día más y mejor, la amaríamos cada vez más; y cada vez más nos entregaríamos a su servicio. Pues lo que confesamos a través de las Escrituras (lo hemos proclamado en la segunda lectura) es que Dios lo hace todo nuevo. La novedad radica en que ya no va cada cual a lo suyo, sino que cada cual es capaz de entregar lo que considera suyo para provecho de la comunidad. Así se entendían las palabras del Maestro en esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis... como yo os he amado.
Hermanos: tras muchos años de cristianismo, damos la impresión de que estamos cansados, de que nos hemos retirado de la acción del servicio, de la entrega y de la colaboración, y nos hemos convertido en consumidores de productos religiosos y censores de los errores de la Iglesia. Y necesitamos un revolcón.
Unámonos a esta Iglesia que celebra la jornada del clero nativo, que es como decir que cada cultura y cada pueblo necesita de hombres y mujeres vocacionados que sirvan como animadores, estímulo y acicate para poder acercarse a Jesús, conocerlo y amarlo, y, por la fuerza de su Espíritu, amarse como él nos amó.
Hemos visto los incansables trabajos que asumen Pablo y Bernabé recorriendo las diversas comunidades que van creando y van surgiendo. Van nombrando en ellas responsables a los que exhortan a permanecer firmes en las dificultades. Porque no es nada fácil vivir en coherencia con lo que predicamos; por eso los encomiendan al Señor, y son asiduos a la oración y al ayuno.
¿No necesitamos también nosotros esa vitalidad que muestran las nuevas iglesias? Ellas tendrán otros problemas, tal vez los de tener que acomodar a su mentalidad la que envuelve a nuestra iglesia, occidentalizada y enriquecida, alejada de los pobres, los humildes y los nadie en muchos lugares. Que las nuevas iglesias no caigan por esas pendientes.
Pero que, al orar por ellas, tengamos en cuenta que nosotros tenemos que salir del pozo en el que estamos metidos: la desgana, la comodidad, el ritualismo, la dejadez, la falta de participación... Despertemos para hacer realidad el mandato de Jesús de amarnos como él nos ha amado, empezando por poner en juego, al servicio de la comunidad, nuestras capacidades. Revitalicemos la vida parroquial: veamos que el Espíritu nos está impulsando a hacer nuevos los tiempos que vivimos. Agradezcamos a Dios el don de la fe, y pidamos vocaciones autóctonas y profetas que sean acogidos en su propio pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario